El Tiempo
Colombia
publicado el 14 de octubre
La caída en bolsa de las acciones de Apple a raíz de una noticia según la cual el presidente de la misma, Steve Jobs, había sufrido un ataque cardiaco fue tan impactante como el origen de la misma: un reportero ciudadano la divulgó a través de CNN. De inmediato, la compañía tuvo que desmentir la información ante el pánico financiero creado.
Lo sucedido ha vuelto a poner sobre la mesa el debate acerca de este tipo de periodismo, conocido como ciudadano, cívico o comunitario, al que los medios de comunicación recurren cada vez con más frecuencia. Las nuevas tecnologías y un público ávido de información que le permita interactuar han generado una nueva relación entre emisor y receptor en la que el ciudadano del común juega un papel preponderante. Aunque el fenómeno no es nuevo, ha crecido a velocidades inimaginables gracias a herramientas como los blogs, el MSM o la telefonía móvil, que permiten tomar fotografías, videos y audios que luego se difunden a millones de personas a través de Internet.
EL TIEMPO ha sido promotor de esta tendencia. Reporteros ciudadanos participan activa y exitosamente en los periódicos sectoriales ZONA; son testigos de hechos noticiosos a los que muchas veces no acceden medios tradicionales, como prensa o televisión, y forman parte de la cadena de generación de contenidos a cualquier hora del día. Para no ir lejos, la reciente quema de buses en Bogotá y las imágenes del ventarrón que dañó fachadas aparecieron de inmediato en eltiempo.com y en el canal Citytv, gracias a que fueron registradas por gente de a pie.
Lo anterior no implica que el ciudadano se convierta en periodista. Ni ellos mismos aceptan el rótulo. Más que eso, los reporteros de calle deben ser concebidos como aliados, cómplices de un oficio al que no le sobran ojos a la hora de contar una historia. Mucho menos si la encarnan sus protagonistas.
Volviendo al caso de Apple, abrir estos nuevos espacios exige de los medios, además de una relación estrecha con los reporteros ciudadanos, una mayor responsabilidad a la hora de verificar, cuestionar y dudar de lo que ofrecen. Las consecuencias de una información errada debe asumirlas quien la publicó y no descargar la furia en aquel que, por lo general, no cuenta con la formación, la rigurosidad y el criterio a la hora de abordarla, pues todo lo que hacía, reconozcámoslo, era aliviarnos la carga.
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