domingo, 12 de abril de 2009

Vicuñita, vete a pastar



Aquí otro excelente artículo de Gustavo Rodriguez sobre la educación cívica y los valores.

El Comercio
Por: Gustavo Rodríguez


Cada vez que hay una campaña electoral, nuestros candidatos se dedican a ofrecer cosas concretas como empleos, viviendas, irrigaciones, carreteras, colegios. Es suicida aquel que habla de aspectos abstractos como ciudadanía, justicia, equidad. No los culpo mucho, la verdad. Aparte de que nuestra población tiene un serio déficit en educación cívica que se ha acumulado por décadas —nuestros políticos son producto de ello— un candidato no puede invertir su tiempo de campaña en enseñar: solo nos queda rezar porque en la posesión de su cargo haga énfasis en los valores más que en los ladrillos. Es curioso notar cómo nuestra obsesión por lo tangible nos acompaña desde que nacimos como República. Basta con ver nuestro escudo nacional. A cualquier niño peruano se le enseña lo obvio: el árbol de la quina, la vicuña y la cornucopia que arroja monedas simbolizan nuestras riquezas de la fauna, de la flora y del subsuelo. Somos un país riquísimo, es la conclusión. Nuestro escudo lo grita —y nuestros escolares lo repiten— como si tener riquezas naturales fuera la garantía de la grandeza de un país. Pamplinas, y usted lo sabe. Suiza no tiene mar, y es una potencia marítima mercante. Corea del Sur no tiene ni un décimo de nuestros minerales, y vaya si no nos lo vende multiplicados por diez en forma de autos y artefactos.

Cómo me gustaría que en lugar de tener un escudo que nos repite que somos un almacén de materia prima, nos mostrara en cada sello y acto oficial que son los valores aquello que nos caracteriza. Que la quina fuera reemplazada por una justicia más enraizada. Que la vicuña saliera del encuadre para que la solidaridad se ponga a pastar en su lugar. Que la cornucopia no arrojara monedas, sino mentes llenas de honestidad, educación y creatividad. ¿No es curioso, acaso, que los escudos de los países que admiramos muestren ideales y valores antes que recursos naturales? Pero no soy tan ingenuo. Cambiar nuestro escudo por uno que inspire valores no va a transformar mágicamente la idea que tenemos de nosotros como país. Sin embargo, sí me gustaría que empezáramos a verle otro significado a los tres campos que lo forman, y que así lo enseñáramos en nuestras escuelas. Que viéramos en la vicuña un símbolo no de carne y lana, sino de biodiversidad y de refugio mundial contra la depredación. Que viéramos en el árbol de la quina no un ejemplo de acumulación vegetal, sino las oportunidades que tiene nuestro país para hacer los descubrimientos biológicos que esconden nuestra flora inmensa. Que viéramos en la cornucopia no los recursos que, una vez extraídos, no volverán jamás, sino la oportunidad de generar con sus ingresos más educación para nuestra gente. Porque una cosa es clara: jamás seremos un país de primer mundo mientras nos sigamos reconociendo en la patética imagen de un mendigo sentado en banco de oro. ¿Cambiamos el escudo o cambiamos nosotros?

(*) ESCRITOR Y COMUNICADOR. TORONJA COMUNICACIÓN INTEGRAL

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